Tan solo hace unos días, leí Kokoro del escritor Sôseki e hice la reseña. La obra me impactó por su estilismo y su trama profunda, pero hoy me he dado cuenta de otro factor que, inconscientemente, me había despertado un sentimiento de empatía con el joven estudiante que busca un “sensei”. Ese joven puede ser cualquiera de nosotros.
Sensei es un maestro espiritual, un mentor, una persona a la que admiras y a quien te acercas para aprender lecciones de vida.
Todos hemos tenido “senseis” a lo largo de nuestro camino y, a menudo, sin darte cuenta.
Este año que se nos presenta por estrenar ha estado marcado por una llamada telefónica. Él me ha dado las gracias y… he sentido pudor. Es agradable que te reconozcan una acción, un gesto, pero no he podido evitar ruborizarme por ello.
Tras las palabras de esta persona agradecida, me he preguntado los motivos que me llevan a admirarlo y he sido consciente que el momento en que lo conocí lo escogí como uno de mis “senseis”.
Su amor a la vida, a las artes, su entusiasmo por la creación, el respeto a su familia, el amor a su mujer, su positivismo, su capacidad para saber agradecer…, son algunas de las cualidades por las que lo convertí en mi sensei.
Un maestro no se impone, se escoge, y él ha sido y es una de las personas que escogí para aprender la asignatura más importante de la vida, asignatura que no se imparte en la universidad y, a veces, tampoco en la familia.
Sé que está pasando por un mal momento y lo ayudaré.
No merezco su agradecimiento. Él me ha aportado mucho más y la balanza está desequilibrada a su favor.
Diciembre de 2013
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